Las formas elementales de la pobreza
Serge Paugam
Alianza , Madrid, 2007
Armar este libro ha costado más de diez años. Serge Paugam, el gran estudioso francés de la fragilidad social, ha dedicado una decena de libros al estudio de la desigualdad y de la vida en precario. Durante los últimos diez años, un gran grupo de investigadores sociales en una docena de países de Europa han tratado de concretar quiénes son los pobres de nuestra sociedad. El resultado es Las formas elementales de la pobreza, un estudio riguroso, documentado y crudo que trata de responder a una cuestión que se planteó en el Parlamento suizo: “¿Pero, dónde están los pobres?” Para responder a esta pregunta, Paugam y sus investigadores hicieron otras preguntas a la gente de Europa: “¿Usted conoce a gente pobre? ¿Cuántos pobres conoce en su barrio, en su portal, en su calle? ¿Se considera usted un pobre?” Sorprendentemente, entre un 15 y un 60 por ciento de los encuestados, según los países, contestaba que ¡no conocía gente pobre! Paugam explica este increíble resultado por el hecho de que el pobre tiende a volverse invisible, por voluntad propia y porque el entorno le asigna ese papel. Al pobre se le designa a menudo como excedente, como inútil. Si no estuviera ahí, la sociedad podría dedicar más medios al bienestar de los demás.
Así, el pobre termina por aprender la descalificación social. El pobre cree que cada uno de sus actos cotidianos le señala como distinto e incapaz, y esconde lo que le falta. Mantiene sus distancias frente a la sociedad poderosa y evita incluso a los que se dedican, por voluntad o por oficio, a ayudarle. Porque saben que entrar en la categoría de asistidos, de “protegidos” oficiales, les confina inevitablemente a la tierra de nadie del incapaz.
Serge Paugam constata que las ideas sobre las causas de la pobreza se ordenan siempre en torno a dos explicaciones opuestas: el pobre es pobre porque es vago, porque no hace nada por remediar su estado o bien es pobre porque la sociedad es injusta. Los gobiernos que piensan lo primero, generan ayudas mínimas o inexistentes para el “excluido”. Los gobiernos que piensan lo segundo, convierten la atención a la fragilidad social en puro asistencialismo.
Porque vivimos en un tiempo de monetarización de la pobreza. A los pobres, la sociedad les ayuda, principalmente, con dinero. Pero ocurre que el que no tiene, no tiene nada. No tiene dinero, claro, pero tampoco tiene casi nunca amigos, ni una familia fuerte, ni formación para cambiar de vida, ni ilusiones, ni piso.
Hace algunos años dirigí un documental sobre gente sin hogar en Europa. Un pobre alemán, casi ciego, que almorzaba en un comedor de la Cruz Roja, nos decía: “Alemania es una sociedad dedicada a producir dinero. Y los pobres somos apartados. Apartados, ¿sabe usted lo que es eso?” El hombre repetía la palabra en alemán, “vermieden”, que significa apartado, esquivado, ignorado, no porque dudase de que yo comprendiese su idioma, sino porque dudaba de que yo fuera capaz de entender el dramático sentido que tiene para una persona estar al otro lado de todas las cosas.
Lola Mayo
Lo más terrible de la pobreza es ser pobre y nada más que pobre, es decir, que la sociedad no pueda definirte más que por el hecho de ser pobre. A partir del momento en que la colectividad se hace cargo del pobre, este no puede pretender otro estatus social que el de asistido. Desde el momento en que la sociedad combate la pobreza y la considera intolerable, su estatus social sólo puede desvalorizarse. (p. 63)
Así, el pobre termina por aprender la descalificación social. El pobre cree que cada uno de sus actos cotidianos le señala como distinto e incapaz, y esconde lo que le falta. Mantiene sus distancias frente a la sociedad poderosa y evita incluso a los que se dedican, por voluntad o por oficio, a ayudarle. Porque saben que entrar en la categoría de asistidos, de “protegidos” oficiales, les confina inevitablemente a la tierra de nadie del incapaz.
Serge Paugam constata que las ideas sobre las causas de la pobreza se ordenan siempre en torno a dos explicaciones opuestas: el pobre es pobre porque es vago, porque no hace nada por remediar su estado o bien es pobre porque la sociedad es injusta. Los gobiernos que piensan lo primero, generan ayudas mínimas o inexistentes para el “excluido”. Los gobiernos que piensan lo segundo, convierten la atención a la fragilidad social en puro asistencialismo.
Porque vivimos en un tiempo de monetarización de la pobreza. A los pobres, la sociedad les ayuda, principalmente, con dinero. Pero ocurre que el que no tiene, no tiene nada. No tiene dinero, claro, pero tampoco tiene casi nunca amigos, ni una familia fuerte, ni formación para cambiar de vida, ni ilusiones, ni piso.
Hace algunos años dirigí un documental sobre gente sin hogar en Europa. Un pobre alemán, casi ciego, que almorzaba en un comedor de la Cruz Roja, nos decía: “Alemania es una sociedad dedicada a producir dinero. Y los pobres somos apartados. Apartados, ¿sabe usted lo que es eso?” El hombre repetía la palabra en alemán, “vermieden”, que significa apartado, esquivado, ignorado, no porque dudase de que yo comprendiese su idioma, sino porque dudaba de que yo fuera capaz de entender el dramático sentido que tiene para una persona estar al otro lado de todas las cosas.
Lola Mayo
Lo más terrible de la pobreza es ser pobre y nada más que pobre, es decir, que la sociedad no pueda definirte más que por el hecho de ser pobre. A partir del momento en que la colectividad se hace cargo del pobre, este no puede pretender otro estatus social que el de asistido. Desde el momento en que la sociedad combate la pobreza y la considera intolerable, su estatus social sólo puede desvalorizarse. (p. 63)
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